Werewolves – What a Time to Be Alive
A veces "menos" es igual que "más"
No es un secreto que a veces en Ateneo Oculto nos ponemos “intensitos”. Tanta etiqueta de atmospheric, algo-core, post y post-post suele ir acompañado de un cierto barroquismo emocional. De cuando en cuando conviene distanciarse para recordar que la música, también la extrema, puede tener como objetivo la diversión sin más pretensiones. Algo que, por otro lado, no es poca cosa.
No me atrevería a opinar sobre un álbum con una reflexión de este calibre si la banda en cuestión no apoyara esta afirmación. Afortunadamente la formación australiana Werewolves tiene como único objetivo la diversión y el odio gratuito.
No nos llevemos a engaño, el macarra trío no está compuesto por una chavalería necesitada de descargar la energía postpubertal, aporreando instrumentos y berreando sin control. Sus miembros son músicos veteranos de la escena australiana, que entre la millonada de bandas que integran, se encuentran algunas ilustres como Psycroptic, The Amenta o The Berserker.
El origen de este proyecto es el de acometer un regreso a las raíces. Abandonar por un momento la necesidad de crear composiciones complejas y ejecuciones musicales técnicas, para volver a disfrutar de una pureza visceral primigenia. Esta espontaneidad libre de presiones llevó a la consecución de su primer álbum en 2020, The Dead Are Screaming, en apenas dos meses desde su concepción hasta su creación.
Algo menos de un año después llega What a Time to Be Alive. Muy acorde con el cataclismo global en el que estamos inmersos, es aún más espontáneo y sencillo. Sin llegar a ser un trabajo plano, sí resulta más repetitivo, lo que no deja de jugar a su favor, ya que es un martillo neumático que percuta los oídos hasta el último segundo.
No se trata de una obra purista, precisamente por su desenfreno y naturalidad, encontrando pasajes influenciados por el black metal, el death metal melódico e incluso el slam. Tampoco se puede negar que Werewolves está formado por músicos con un alto nivel técnico, saliendo a relucir su veteranía incluso en su modo “sencillo”. Pero todos estos detalles se desvanecen cuando escuchas la primera acometida en forma de gutural irritado:
“I don’t like you,
fucking hate you,
you disgust me,
loathe your worldview”.
Las voces agudas, que suenan entre el growl y el scream son como escupitajos airados, en contraste con los feroces e ininteligibles guturales que suenan subterráneos y profundos. Las palabras se encadenan sin descanso junto con unas guitarras que arrojan riffs a velocidad endiablada. La batería, como no podía ser de otra manera, no se queda atrás en la voracidad con la que martillera los tímpanos, con breves cambios de tempo que son solamente augurios de nueva tormenta. El bajo, en el centro de un huracán violento y destructivo, mantiene el tipo con un trabajo gris, poco audible, pero bien ejecutado en su tarea de dotar de mayor cuerpo al sonido final.
La energía desbocada no es arbitraria e incluso en su espontaneidad permanece el vestigio de músicos que están habituados a crear música técnica y compleja. La sencillez existe, pero no la simpleza, que tampoco oculta detalles técnicos que revelan el nivel del trío.
What a time to be alive es un destilado bien ejecutado, sin pretensiones pero sólido y sin taras evidentes. Una fórmula ideal para plasmar sonoramente el extraño año con el que nos hemos topado, como una maldición lanzada al aire, un gruñido de desaprobación o un berrido de hartazgo. Algo sin transcendencia, quizá, pero que ayuda a catalizar la fatiga mental y transformarla energía que continúe alimentando el movimiento de una osamenta que chirría de pandemia y capitalismo.