Great cold emptiness – Death gifted a bouquet
Relato de un descenso al abismo
Great cold emptiness nació en 2014 como un proyecto de funeral doom. Con el paso de los años y las experiencias personales de su creador Nathan-Gabriel Thomas Guerrette, fue virando hasta el black metal hasta tomar la forma que hoy presenta con su segundo disco. Death gifted a bouquet se inspira en el metafórico descenso a los infiernos de su antigua compañera sentimental. El sufrimiento que produce observar cómo la vida de alguien querido se precipita al abismo y la impotencia generada al no poder hacer nada para remediarlo, forja el carácter oscuro y emocional de esta obra.
Entre la fúnebre melancolía de sus inicios y el desgarrado grito de dolor que fue conquistando su forma artística, el sonido de GCE ha alcanzado la forma de black doom metal con algunos arreglos sinfónicos muy orgánicos. Cada una de las pistas (con tan sólo cuatro de ellas sobre pasa la hora de duración) es una minuciosa exploración de su tragedia personal, una fábula metafórica que se desarrolla entre la mórbida y pausada cadencia de una memoria necrótica, y los episodios febriles de rabia descontrolada, abriéndose paso a raudales entre las carnes tras una eternidad enjaulada tras las costillas.
Así comienza “The erotic waltz” y los báquicos tentáculos de una tragedia que comienza arrojando al abismo a un alma enredada en oscuras libaciones. Aparecen por primera vez un violín y un piano acentuando la desgarradora muestra de emocionalidad descarnada, mientras la impresionante voz de Meghan Wood acribillando el viento con sus cavernosos lamentos. Sus quince minutos de duración no están prolongados artificialmente, sino que fluyen de manera natural por un torrente de sensaciones cuya forma e intensidad cambia en función de las variaciones de la música.
La guitarra aparece como elemento rítmico, sacrificando el protagonismo habitual de los riffs y las melodías para ejercer como un acompañamiento cuya distorsión erige una estructura sombría y sólida que continuará en “The breadmaker’s daughter”. Con los lejanos coros aumentando su presencia y un tono mucho más doom, sentimos un pulso más fúnebre. Prescindiendo en esta ocasión de los arreglos instrumentales, casi trece minutos resultan más metálicos y áridos, envueltos en una oscuridad atmosférica y agria. “Little deer” nos saca del abismo con un órgano desde el que la música se acercará a terrenos del post black, finalizando con el primer fragmento que la guitarra reclama para sí, dejando su impronta con una sentida melodía. “Withering Pyre” nos depara una última etapa vibrante, llena de vaivenes a los largo de 22 minutos en los que se recogen todas las cualidades que hasta ahora han ido apareciendo espaciadamente. La guitarra ejerciendo de cimiento sonoro, una batería sobria que acierta en cada ritmo, transición e incluso cada silencio, el violín arañando notas y el sentimiento de luto constante que embarga al oyente durante toda la pista.
Dada su intensidad emocional y la longitud de sus temas, el obnubilado trance en el que nos vemos inmersos hace difícil establecer los hitos que marcan el camino a través de esta obra, que se siente como una procesión que recorre todos y cada uno de los parajes de la desgracia.
Es común el dicho que invoca la desdicha como fuente más pura de inspiración. Sea esto cierto o sólo un eco remanente en el saber popular del sufrir de los artistas malditos, que a lo largo de la historia han regado sus creaciones con la sangre de sus heridas, Death gifted a bouquet emana un sufrimiento tan denso y vívido como cierto.
Hermoso, intenso y doliente, como una elegía bucólica cuya prosa delicada no esconde la tragedia que yace tras sus palabras, sólo queda abandonarse a su cautivador relato y sentir en propia carne el roce ultrajante e inevitable de la pérdida. Un macabro obsequio que la vida reserva a todos y cada uno de nosotros en algún momento de nuestro fugaz tránsito por la vida.