The Ever Living – Artificial Devices
Humanidad artificial
Recuerdo una conversación que tuve hace años, en la que un amigo y yo nos preguntábamos por qué nos gustan las cosas que nos gustan. ¿Qué mecanismo cerebral o psicológico activa nuestra sensibilidad cuando disfrutamos de una obra de arte y no de otra?. ¿Por qué nos emociona una pintura, una canción, una escultura o un poema, pero no otros que podrían considerarse similares?. Llegamos a la metafórica conclusión, más poética que empírica, de que el arte vibra con una determinada longitud de onda. Cuando la frecuencia que emite es similar a la nuestra, se produce una suerte de conjunción emocional que alcanza lugares muy profundos de nuestro interior.
Me permito esta cursilería para expresar cómo la música de The Ever Living ha calado en mí de forma singular. El dúo londinense debutaba allá por 2018 con su primer larga duración Herephemine, en una de las mejores sorpresas que la música me ha deparado en los últimos años. Su segundo álbum, Artificial Devices, refrenda mi sensación. Tras un análisis más sesudo, creo que he podido trascender la subjetividad para afirmar que se trata de un álbum especial.
A priori no contamos con elementos revolucionarios a la hora de acercarnos a su estilo. Sobre una base de post-metal, alcanzamos a vislumbrar territorios de otros géneros, como el metal alternativo y el doom metal, aderezado con texturas electrónicas y un enfoque atmosférico. De hecho, a medida que transcurre el álbum, no tenemos esa sensación de ser impactados por una experiencia potente y eléctrica. Considero que el secreto de The Ever Living reside en una perseverante sutileza, que introduce al oyente en su propuesta poco a poco. Esto sólo es posible mediante una composición equilibrada y quirúrgicamente engarzada, en la que cada elemento cumple su función, formando un conjunto perfecto.
No encontramos grandes alardes individuales. Los guturales transmiten emoción pero se muestran contenidos, no escucharemos solos de guitarra chispeantes, ni percusiones voraces. En cambio, la elegancia y fluidez con la que todos los elementos encajan, es un ejercicio de orfebrería sonora ejemplar. Los teclados aportan un toque electrónico y son esenciales a la hora de construir una textura congruente. Sin duda son una de las claves del sonido de la banda. La forma en que acompañan la música y direcciona las sensaciones, amplifican la sonoridad y profundizan en una atmósfera de imprecisa nostalgia. Las guitarras, sobrias y eficientes, aportan la distorsión y disonancia exacta para crear un relieve sonoro que dora de cierta rugosidad a un sonido limpio y transparente. De igual modo, la batería encuentra la forma de dominar el tiempo sin aspavientos, con el grado de intensidad y ritmo exacto que cada momento requiere. La voz, a su vez, adquiere un tono y cadencia constante. Sin llegar a desgarrarse en torbellinos de emoción visceral, transmite una sensibilidad contemplativa.
Mostrando un halo retro futurista, el estilo del álbum es en cierto modo frío, sin buscar una épica forzada ni aludir a emociones primarias. Explorando las grietas entre el mundo virtual y el físico, deconstruye la idealización de los metaversos y presenta una mirada inquieta frente a los límites de la existencia en una realidad computerizada. Reflexionar sobre lo que somos como especie y lo que podemos llegar a ser, resulta tan inquietante como cualquier mirada dirigida a un futuro desconocido. En The Ever Living encontraremos la banda sonora perfecta para dejarnos para imaginar todos los mañanas posibles que pueda abarcar nuestra imaginación, desde la utopía más luminosa hasta la más oscura distopía.