Campamento sangriento, “Sleepaway camp”, 1983
La olvidadiza tía Martha
En el verano de la pandemia, en pleno juicio sumarísimo sobre el contenido desfasado y ofensivo en la cultura audiovisual, volvemos al Campamento Arawak, no como la costumbre que ya nos impusimos hace años. Retomamos el visionado de Campamento sangriento sorprendidos por un supuesto fenómeno viral, del que no estamos del todo convencidos, pero sí sorprendidos por la curiosa repercusión que por fin tiene esta cinta.
La plataforma nacional Filmin incluyó este slasher ochentero en su parrilla para la satisfacción de los enclaustrados y aburridos fans del género. Pero no solo ha servido como recordatorio, también ha hecho que directores de cine y muchos aficionados con repercusión mediática hayan compartido sus impresiones de la película tras su último visionado.
Siguiendo la exitosa estela de dólares que dejó Viernes 13. Campamento sangriento es una descarada versión de lo que el clásico dejó para la posteridad. Jugando con las mismas reglas y parafraseando la mayor parte de sus compases, esta cinta comienza y se desarrolla con lo que hoy se podría considerar un sin fin de obviedades y lugares comunes.
Parece que nos encontremos ante una parodia, los actores están sobreactuados y desdibujados. Aunque es cierto que esto hace que algunos personajes resulten icónicos y memorables.
Diferencias de edad inasumibles, shorts masculinos aterradores y larguísimas secuencias de juegos veraniegos se pasean en los primeros dos tercios del metraje sin aportar información relevante.
Desde el principio nos asombra el crisol de ejemplos cuestionables y tratos vejatorios. Nos encontramos con adultos que intentan abusar de menores o consienten relaciones con ellos, insultos machistas y sexistas pueblan estos parajes americanos sin tapujo alguno.
No actuaremos de abogados del diablo ni negaremos estas referencias en otros productos de terror pero Campamento se lleva la palma, no solo por lo que dice si no por lo que plantea.
Por supuesto, pronto comienzan los crímenes. El departamento de efectos de maquillaje trabajó en el desarrollo de situaciones violentas efectistas y que resultasen originales, pero en ningún caso son verosímiles ni reproducibles en contextos cercanos a la realidad. Un espectáculo.
En los últimos treinta minutos es cuando se desboca y es entonces cuando muestra lo que hoy nos obliga a encargarnos de ella.
Los slashers se caracterizaron por demonizar o afear las conductas del despertar sexual, el asesino aprovecha o mejor aún reprueba el acto sexual de los pubertos con asesinatos truculentos y traumatizantes. Ahora bien, esta película ahonda en la identidad sexual utilizando flashbacks (contadas ocasiones) que son esclarecedores y están tratados sin tacto alguno. Profundiza poco a poco en zonas complejas de plantear con una ligereza ruborizante y carente de escrúpulos.
Esto se utilizó como elemento diferenciador y al igual que en el resto de cine de género, estos temas aplicaban un trasfondo psicológico y si cabe más controvertido al resultado final.
El guión nos engaña y nos toma por tontos, aplicando explicaciones redundantes e intentando que creamos lo que nunca sería algo sorprendente. También nos embauca en este tercio con las escenas nocturnas más resultonas y violentas.
Pero es su final lo que hace que nos rindamos ante la evidencia de que la película es un caso aparte. Resulta aterrador e inesperado.
Es lo que al fin y al cabo esperaríamos del desenlace de una cinta de género, pero va un paso más allá y se convierte en una imagen que con dificultad podréis borrar de vuestra cabeza.
Os invitamos a que no busquéis información sobre ella, ni veáis imágenes, si vuestra intención es llegar a su visionado libres de destripes. Siempre que esto sea posible a estas alturas.
Todo material promocional, desde tráilers hasta las fotografías del dorso del formato que encontréis, recogerá al menos una imagen que puede destrozar lo que consideramos un desenlace digno de mención.
Barata, absurda y de ritmo renqueante, se transforma en todo un clásico gracias al vigor y la falta de tabúes que demuestra.
No tenemos que poner nada en contexto ni trasladarnos a los ochenta para comprender un sentido inocente en lo que quisieron mostrar. Lo hicieron, sin tapujos e intentando hacer daño y causar estupor e incomodidad.
En este verano vemos que el campamento sigue funcionando al límite de su capacidad.