Ulver – Flores of Evil
Identidad construida sobre cambio.
Aun sin ser necesaria presentación alguna, conviene recordar la sinuosa y metamórfica trayectoria de la banda noruega Ulver, a todas luces una de las más peculiares de la música contemporánea.
Tras unos inicios situados en un black metal muy crudo y agresivo que incluía un disco acústico, han seguido la senda de la experimentación hasta transformar su sonido en algo que difiere absolutamente de su estilo primigenio.
La búsqueda de la primera línea de vanguardia musical, les ha llevado a ampliar constantemente los límites de su propia identidad y los de todos los géneros que han abordado. Avant-garde folk, ambient, darkwave o rock son algunos de los elementos que han ido incorporando a su particular laboratorio.
Su anterior disco, The Assassination of Julius Caesar, fue con toda certeza su propuesta más accesible en términos musicales, con el que parecían situarse frente a una supuesta encrucijada. Por una lado, continuar hacia sonoridades mainstream (pido perdón por el horrendo término), que pudieran alejar a un público más acostumbrado a estilos más oscuros e incómodos. Por otro, una mirada hacia atrás en su bagaje musical, lo que supondría un riesgo de repetirse a sí mismos.
Pero Ulver no se caracteriza por tomar decisiones fáciles cuando se trata de su trayectoria, por lo que han tomado una tercera vía, encontrando un nuevo sonido en territorios más electrónicos.
En realidad no se trata de un cambio de dirección, sino de un viraje sobre lo ya construido en The Assassination of Julius Caesar hacia géneros como el synth-pop y el darkwave.
“One Last Dance” y el que fuera primer single “Russian Doll”, son la primera demostración de ello. Aún es reconocible una cierta dosis de pop, aunque con un tono más oscuro acompañado de sintetizadores y teclados que tienen un contenido espíritu ochentero. Este sutil aire retro se hace más evidente en “Machine Guns and Peacock Feathers” y “Little Boy”, con algunos destellos de synthwave.
“Hour of the Wolf” y “Apocalypse 1993” se adentran de lleno en un synthpop elegante y oscuro, muy deudor de Depeche Mode, en la época de Violator o Songs of Faith and Devotion y Music for the Masses, respectivamente. Ésta última, con su estilo bailable y sensual por momentos, trata sobre la “matanza de Waco”, demostrando cómo la banda juega sin complejos, experimentando constantemente no sólo en lo que respecta a la música, sino a las letras y a la confrontación de elementos.
La dupla final compuesta por “Nostalgia” “A Thousand Cuts” recuperan algo de organicidad, especialmente en el primer caso, aunque conservando el aire retro que predomina durante todo el álbum.
Es inevitable, una vez finalizada la primera escucha, realizar una comparación casi subconsciente, con su anterior disco. No obstante, es necesario mantener cierta distancia para valorarlo en su justa medida. “Mejor” o “peor” son términos demasiado dependientes de la relatividad y de la subjetividad.
Intuyo que una parte de la audiencia acogerá con menor entusiasmo está obra, pero auguro que el tiempo revalorizará sus virtudes hasta otorgarle un reconocimiento merecido.
El cambio es crecimiento, pero también requiere abandono. Nada ni nadie evoluciona sin perder algo para dejar espacio a lo nuevo. Flowers of Evil renuncia a la intensidad y teatralidad, pero gana en atmósfera y la nostalgia. Es más oscuro y pausado, pero también más elegante, haciendo gala de una nostalgia contenida, más propia del estoicismo romántico que de la contemporaneidad barroca y exaltada.