Yaotl Mictlan – Sagrada Tierra del Jaguar

El jaguar nunca murió.

El padre de los pequeños Tlatecalt y Yaotl solía explicarles que los españoles llevaron a su tierra la religión y con ella se conformó una buena parte del mundo hoy en día se abre a su alrededor. No obstante antes de que llegaran, los antepasados de su propio abuelo tenían otras creencias, otro arte, otra música, otra lengua. Las ciudades se construían siguiendo otros patrones, el paso del tiempo se medía con otro calendario y, cuando miraban al cielo, encontraban respuestas distintas para los mismos enigmas. Era en definitiva, una identidad radicalmente distinta.

A medida que aprendían acerca del pasado, fue creciendo en ellos una fascinación por aquel mundo hundido bajos los ríos de hierro y sangre de la historia. El pasado, el presente y el futuro se conectaban a través de un hilo histórico. Estaban listos para transmitir el mensaje aprendido. Transgresores de la Ley, de Tijuana No!, les revelaron las palabras que completaron el círculo:

 

“La piel del jaguar

que adornaba el suelo,

hoy es noble armadura

de mi pueblo

Como un feroz guerrero

defendiendo la tierra,

Zapata vive,

y sigue en pie de guerra,

sólo un puñado de hombres

dispuestos a morirse

por continuar la revolución”.

 

En 2006 veía la luz el primer disco de Yaotl Mictlan, “Guerreros de la Tierra de los Muertos” y en 2010 continuaban su andadura con “Bajo el Manto Gris de Chaac”. Desde aquel momento se sumieron en un largo silencio. Una ausencia que los mantuvo lejos del estudio, pero no de la actividad, creciendo en Latinoamérica y en Estados Unidos, donde ahora residen con un gran apoyo a su trabajo.

Tras una década regresan para presentar Sagradas Tierras del Jaguar. Este lanzamiento ha llegado a Europa oculto entre la maleza del etnocentrismo patológico de nuestra escena que, aunque cada vez se haya más abierto a la música proveniente de otros continentes, aún muestra un preocupante chauvinismo que relega a un segundo plano a un sinfín de bandas intercontinentales.

A mis oídos llegó por casualidad. En cuanto escuché la sonora vocalización de su nombre, recordé su oscuro y contundente estilo. En aquel pasado, no tan lejano como ahora se me antoja, Yaotl Mictlan fue una de las bandas que me abrieron la puerta a explorar el metal de otras culturas. Los primeros compases fueron un ejercicio de nostalgia y emoción, que necesitaron unos minutos para acometer una escucha algo más distanciada de los factores puramente personales. Aún así, un análisis más reposado no arroja una conclusión muy diferente a la primera impresión, cosa que habla muy bien de este nuevo trabajo.

Nos encontramos ante un black metal muy bien equilibrado entre lo melódico y lo extremo, aderezado con algunos elementos folclóricos derivados principalmente de la tradición cultural prehispánica. Estilísticamente no ha variado apenas respecto a los dos primeros álbumes, aunque se advierte una cierta renovación. Más allá de la producción modernizada en su justa medida, se hace notar el proceso de maduración. Entre otras cosas, ha supuesto la inclusión de ciertos arreglos y elementos que de manera sutil enriquecen mucho la mezcla final, haciendo de Sagradas Tierras del Jaguar, una experiencia más completa.

La sensación general es que ahora existe una nueva faceta atmosférica, que crea algunos pasajes más pausados y ambientales, al tiempo que dota al conjunto de una mayor claridad a la hora de transmitir las imágenes del mundo precolombino. La producción es más pulida, algo lógico con diez años de por medio, pero también la composición es más refinada. Guardando la matriz de su estilo, incorpora ciertos detalles más cercanos a las corrientes atmosféricas y “post” que componen el zeitgeist del metal de esta década.Esto no es más que una adaptación natural, que como toda evolución incorpora aspectos nuevos a las formas conocidas, sin que la esencia del individuo se altere definitivamente. Seguiremos escuchando la actitud a medio camino entre el himno marcial y la solemne mirada a las raíces de una cultura que se resiste a desaparecer.

Las guitarras son perfectas, bellamente melódicas o incisivas y punzantes, engarzadas en la mezcla con el grado exacto de protagonismo, apostando por la instrucción de texturas sobre la base de riffs por encima de melodías. La percusión maneja magistralmente los tiempos, con continuos cambios entre los medios tiempos y las partes más agresivas y rápidas. La voz, con un buen rango de técnicas, es potente y sentida, surgiendo de un lugar mucho más profundo que la caja torácica. Los arreglos folclóricos aparecen puntualmente, en forma de vientos que destilan el dulzor melancólico característico de los instrumentos tradicionales precolombinos. Unidos a algunos fragmentos narrados, coros, punteos y teclados, forman una pléyade de detalles que conforman una urdimbre sonora elaborada y precisa. Todo lo que debe funcionar en este álbum, funciona. Incluso la producción, perfectamente ubicada entre el sonido más tosco de sus primeros trabajos y la depuración más moderna, resulta esencialmente adecuada.

Sagradas Tierras del Jaguar es una experiencia enriquecedora e intensa, amplificada por el poderoso y profundo eco que transmite desde los rincones más sórdidos de una historia que también es nuestra, hasta un presente que aún no ha cicatrizado.

Más allá del patriotismo barato, las creencias superfluas y los símbolos circunstanciales, formamos parte de una cultura que exterminó a otra. No se trata de una anécdota histórica, ni de un acontecimiento sin correlación con el presente. Las naciones europeas son lo que son porque saquearon, colonizaron y esclavizaron a otras, en una forma de depredación sostenida en el tiempo que a día de hoy mantiene sus fauces parasitarias succionando la savia de las sociedades actuales. La perpetuación del estatus de víctima y victimario es una cadena que atraviesa la historia desde el pasado hasta el presente.

Yaotl Mictlan es uno de los muchos hilos que conectan lo pretérito y lo futuro, manteniendo viva una cultura que nunca fue conquistada del todo. Quizá Coatlicue haya vuelto a barrer el templo bajo una lluvia de plumas y en la Casa Negra, el tiempo detenido conserva intacto el esplendor de Tenochtitlán.

 

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