Deseo que venga el Diablo
Deseo que venga el Diablo está escrita a medida para caracteres introvertidos, adolescentes solitarias, interiores en llamas en exteriores congelados. ¡Quién hubiese tenido en las manos este libro a la edad de quince años!
Mary MacLane es la escritora de esta obra a modo de diario que ella misma se esfuerza en negar: no es un diario, es un retrato. Un retrato con el que la autora se da a conocer tratando cada aspecto de su interioridad, sin tapujos, con sinceridad, como un diario, pero como un retrato.
¿Cómo es, entonces, una joven de diecinueve años que vive en la pequeña ciudad de Butte, Montana, en 1901? Desde luego no como Mary MacLane. Sin embargo, algo existe en su retrato que es compartido por toda adolescente desplazada y solitaria. En caso contrario, no se explicaría el enorme éxito que Deseo que venga el Diablo tuvo en el momento en que se publicó. Tras enviarlo a una editorial, consiguió salir de lo que ella llamaba su Vaciedad y la aridez que le rodeaba, vendiendo miles de ejemplares. Deseaba que viniera el Diablo porque consideraba que él era el único que podía traerle la felicidad y el Diablo llegó, de tanto mentarlo, o quizás porque Mary MacLane tenía la misión de decirnos a todas las adolescentes solitarias (tengamos la edad que tengamos) que no estamos solas y que esa rabia contenida que habita dentro de nosotras es, precisamente, un auténtico tesoro, un diamante en bruto.
Mary MacLane se muestra en las primeras páginas de este libro de manera egoísta e individualista, se tiene en muy alta estima y odia su entorno y a una familia con la que no se identifica. Pero, querida lectora, ten paciencia y sigue leyendo a pesar de la antipatía que pueda despertarte. Aprenderás a entenderla. Al fin y al cabo, no deja de ser una ingenua y resabiada adolescente, ¿quién no ha escondido su inseguridad con alardes de grandeza?, ¿quién no se ha sentido incomprendida y en consecuencia despreciado a la sociedad en esos fantásticos años en los que la personalidad se forja? En fin, si tienes la mano levantada, quizás este libro no sea para ti. La sinceridad de la autora, que escribe con intención de ser leída, es abrumadora y convierte su relato en pura humanidad. Se declara un genio y a continuación olvida su orgullo llenando páginas de lamentos por su soledad. Se describe de manera contradictoria y despiadada, pero desprende una inmensa ternura al manifestar la insatisfacción que le produce su propia vida.
Una vida que está atrapada en la pequeña ciudad de Butte y que es consciente de que el futuro que le espera es el de casarse con un marido indiferente y vivir sin vivir realmente. Por eso, desea que venga el Diablo. La genialidad de MacLane reside en su capacidad para, con solo los referentes obtenidos por la literatura, haberse construido a sí misma una personalidad alérgica a los estereotipos de género, manifestando con rotundidad que no está dispuesta a vivir como está establecido. Es por esto que si ha de rezar para cambiar su vida, le rezará al Diablo, a sabiendas de lo que Dios quiere para ella.
Los análisis de la obra que hoy se hacen, dan importancia a la actualidad de su planteamiento, por ser un grito al mundo en 1900, que ahora podemos ver en nuestras pantallas de móvil, en cada red social y manifestado por cada individuo. Sea acertado o no este análisis o sea una estrategia de marketing para llamar la atención del lector actual, lo cierto es que ese grito al mundo de Mary MacLane no necesita la amplificación que dan los seguidores, ni los likes. La potencia de su voz es capaz de atravesar cien años de historia y colarse por la ventana de la habitación de cualquier quinceañera que se encuentre tumbada en la cama, escuchando música, leyendo un libro y esperando a que llegue el Diablo.
Lo que resiste al tiempo y conecta con la lectora es esa intimidad compartida que podemos encontrar en otras autoras como Sylvia Plath o Anaïs Nin, pero el texto de Mary MacLane describe como nadie la soledad y la espera. Rebosa por todas partes la consciencia de su mundo interior y del mundo que le rodea, que manifiesta en frases lapidarias como “Cuando tienes diecinueve años no está la experiencia para decirte que todas las cosas tienen un fin.”
Tras recibir un telegrama de la editorial aprobando la publicación de su diario, la vida de MacLane cambia por completo. Es arrancada de su Vaciedad y sus paseos por las dunas de Montana para viajar a otro mundo completamente distinto, en las grandes ciudades del este, en el que tiene que enfrentarse a las críticas por sus invocaciones al Diablo y su lengua sin reparos. El contraste entre los dos mundos puede resultar incómodo, pero para una joven como ella, supuso la liberación que tanto ansiaba. El Diablo había llegado. También este contraste es el de su madurez. Nueve años después de su publicación, Mary MacLane vuelve a Butte, donde escribe un epílogo para una nueva edición que no tiene desperdicio, comparando a la Mary de diecinueve con la Mary de veintiocho. El sueño hecho realidad de cualquier lectora de diarios.
Mary MacLane publicó otros dos libros, My Friend Annabel Lee (1903) y I, Mary MacLane (1917). Nunca se casó, como prometió hacer, y vivió una vida bohemia hasta los 48 años, cuando se la encontró muerta en extrañas circunstancias en una habitación de un hotel de Chicago. El Diablo nunca da nada desinteresadamente.