El Parque de los Desvelados
"Por dentro somos calaveras"
Corría el año 1926 cuando Marcel Duchamp y Constantin Brancusi cruzaron el Atlántico destino a Nueva York, en un barco cargado de obras de este último, con el objetivo de montar una exposición monográfica sobre el artista de La Columna Infinita. Recientemente y tras mucho batallar, se había instaurado la ley que permitía introducir obra artística en los Estados Unidos sin pagar impuestos por ello. Pero al llegar a su destino, el funcionario al cargo de la aduana decidió que aquel montón de formas metálicas no podían ser obras de arte, sino, en tal caso, productos comerciales, y por tanto sujetos a aranceles.
Ochenta años después de esta anécdota, el escultor Luis García Vidal (Melilla, 1927) viviría una situación parecida en el lugar donde estableció su mayor obra, El parque de los Desvelados, en Estella-Lizarra (Navarra). Este jardín temático dedicado a la muerte incluía una serie de coches que habían sufrido accidentes de tráfico, rescatados de los desguaces. Cuál fue la sorpresa de su autor cuando, al llegar un día a su lugar de trabajo, se encontró que los coches habían sido retirados sin previo aviso por el Ayuntamiento, al considerarlos vehículos abandonados.
Es cierto que el arte contemporáneo no siempre es accesible a la comprensión o a la interpretación. Requiere implicación por parte del espectador, cierta investigación sobre el artista y conocimiento sobre el contexto histórico y artístico en que se desarrolla. Pero el arte es, indudablemente, un reflejo de la sociedad que lo crea, y la obra de Luis García Vidal no es una excepción. Él mismo, siendo consciente de ello, lo expresaba así: “¿Por qué no voy a esculpir mi obra en base a la muerte si yo soy un artista de una época en la que sales de casa y a lo mejor no vuelves? Cada artista tiene su obra. A mí me ha dado por hacer esto como a otros les ha dado por hacer toros o mujeres desnudas”.
La incomprensión del Ayuntamiento de Estella sobre la obra del escultor no se manifestó en ese hecho aislado, sino que se mostró en otras ocasiones a lo largo de los años y a día de hoy continúa visiblemente patente en el abandono que presenta la finca después de la muerte del artista, en 2008. Si las instituciones muestran rechazo o poco interés por el patrimonio creado en su localidad, no se puede pedir que los visitantes sí lo valoren y lo respeten. Así, García Vidal, aunque consiguió ser apreciado por la población, dedicó gran parte de su tiempo a restaurar las obras destruidas de su Parque de los Desvelados, ya fuese por mal uso o por vandalismo.
Llegados a este punto, sería injusto adjudicar totalmente la incomprensión de la obra de Luis García Vidal a la falta de interés o cultura del que mira, porque sus esculturas hablan por sí solas. La finca es un paraje en medio de la bucólica montaña, a dos kilómetros del centro de Estella, al que difícilmente se puede acceder en coche, y en el que nos topamos con gigantescas calaveras de grandes cuencas, que parecen salir de la tierra y observarnos en el más sepulcral silencio.
Actualmente quedan pocas en pie, pero podemos imaginar que, en el momento de su esplendor, podrían provocar el rechazo de muchas personas. Al fin y al cabo, lo que transmite este museo al aire libre es la confrontación con la muerte, esa cosa que nuestra sociedad, la misma que no comprende el arte que produce, quiere alejar de su lado, aunque sea su razón de ser. Sin embargo, la obra de García Vidal, a pesar del aspecto y la crudeza en que se materializa, tiene el objetivo de enviar un mensaje de reflexión casi pacifista, según las propias palabras del autor: “Me obsesiona la muerte, pero soy muy sensible y me afecta mucho, sobre todo la muerte violenta, fortuita. No la natural, porque ésta hay que aceptarla como ley natural. La muerte natural representa un descanso espiritual que tiene que existir y hay que aceptarla sin miedo. Hemos venido a este mundo para morir, pero no para que nos maten. Por eso, lo que yo quiero a través de mi obra es lanzar un grito de “no” a la muerte violenta. Ese grito que representan mis calaveras, con esa expresión de dolor mirando hacia el infinito”.
Luis García Vidal se formó en la disciplina escultórica de la mano de Mariano Benlliure y dedicó toda su vida profesional al arte, de diversas maneras y en diferentes países. Su obra personal, que él definía como existencialista, estuvo marcada por esa obsesión por la muerte, fruto de dos experiencias traumáticas. La primera fue sufrir un accidente de coche, la segunda, el fallecimiento de su hermano, al que dedicó una de las esculturas de mayor tamaño que se conservan en el parque. Fue esa fijación la que le llevó, a partir de 1971, a llenar la finca con sus calaveras. Éstas están formadas a partir de zumaque, un arbusto abundante en la zona, cuyas ramas el artista unía una a una con pequeños alambres. Un trabajo laborioso y repetitivo que daba lugar a grandes volúmenes que cubría con maya metálica y luego pintaba de blanco y negro.
Cuando se acude al Parque de los Desvelados, el entorno natural y solitario en que se encuentra contribuye a la reflexión sobre la existencia que García Vidal pretendía producir con sus obras. La violencia, la fugacidad de la vida y la aceptación de la muerte como algo natural, resuenan en la cabeza del visitante. Podemos imaginarlo trabajando en algún rincón de la finca, dedicando el tiempo que le acercaba cada día más a la muerte que trataba de afrontar. Ese momento le llegó en junio de 2008, cuando su cuerpo fue encontrado sin vida en el río Ega, a los 81 años de edad.
Desde entonces, como indicamos más arriba, el paraje se aproxima a la decadencia y las calaveras que una vez se desvelaron, vuelven a fundirse con la tierra.
Para más información sobre el Parque de los Develados recomendamos la página estella.info, que con su gran labor de documentación ha facilitado la escritura de este texto.