Bliss

Un alucinógeno descenso a los infiernos.

Puede que lleguemos algo tarde a la fiesta de Bliss teniendo en cuenta que es una película de 2019 pero cuando las cosas están bien hechas siempre hay que reivindicarlas. Puede que tire de corazón si digo que Joe Begos consigue una película que será considerada de culto de aquí a unos años pero tiene todo para convertirse en ello.

Antes de comenzar a hablar de su película veo necesario hablar de su director ya que es fundamental para entender su obra, la cual destila amor por el género por cada uno de sus poros. Joe Begos creció leyendo la revista Fangoria, admirando a los grandes maestros de efectos especiales y a directores del fantástico junto a su amigo Josh Either, futuro montador, director de sonido productor e incluso actor. Esto les llevó a Los Ángeles para tratar de ganarse la vida con el cine. Tras aprender lo necesario volvieron a su tierra natal Rhode Island para rodar su primer largometraje en 2013, Almost human, que contaría con unos escasísimos 50.000 dólares y sería rodada en 18 días y en casa de Josh Either. Película correcta de serie B donde empieza a mostrar de lo que es capaz Begos. Va perfeccionando su estilo en su siguiente trabajo de 2015 The Mind’s Eye, una inspiración directa de Scanners donde cuenta también con un ajustado presupuesto, lo que le lleva a recurrir a gran parte de los mismos actores, en ella empezamos a ver esas luces tan características de su cine y su música inspirada en los sonidos de John Carpenter.

Tras esto viene un parón de 4 años sin realizar trabajos, tiempo relativamente largo teniendo en cuenta que sus anteriores películas se habían movido, con mayor o menor fortuna, por los festivales más grandes del cine fantástico. Finalmente en 2019 llega Bliss escrita, producida y rodada por Begos en un plazo de 10 meses con un presupuesto de 200.000 dólares.

 

 

En ella nos cuenta la historia de Dezzy (Dora Madison), una pintora al borde de la quiebra económica debido a un bloqueo creativo que le lleva a buscar la inspiración en una nueva droga llamada “Diablo”. Esto unido a la aparición de Courtney (Tru Collins), una antigua amiga, y su novio Ronnie (Rys Wakefield) hace que se vea sumergida en una espiral de drogas, alcohol, sexo, alucinaciones y un descenso a los bajos fondos de Los Ángeles. Los personajes con los que se va a ir cruzando nuestra protagonista van a ir hundiéndola más en toda esa vorágine, intentando huir de ella recurrirá a su ausente novio Clive (Jeremy Gardner) que intentará sacarla de esa vida pero nunca estará cuando realmente le necesita. Por último tenemos la presencia de su camello que a veces parece que actuará como amigo pero siempre acabará haciéndolo como empresario. Esto podría ser una metáfora de la vida sana y real que busca Dezzy representada como Clive en contraposición a lo que acaba recurriendo como medida desesperada de escapar de esa realidad que tanto le atormenta en forma de descontrol y desconexión con el mundo que le otorgan Courtney, Ronnie y el “Diablo”.

Nosotros como espectadores nunca vamos a saber si lo que pasa es real o no, creando una conexión con Dezzy, hasta los instantes finales de la película donde el clímax llega dejándonos agotados ante el frenesí al que acabamos de asistir. Sin mucho más que decir de la trama y no es porque no haya más que decir si no porque sería destripar la película por completo nos encontramos ante un festival de buen hacer.

En esta película desata toda su creatividad, teniendo el control total de la obra y perfecciona, sobretodo en el lado actoral, todo lo hecho en sus anteriores películas. Lo que más llama la atención es su increíble color lleno de rojos, verdes y azules haciendo uso de los neones maravillosos siempre dando una mayor sensación de locura y alucinación.

Rodada  en 16 mm y siempre alejado del CGI tirando de efectos especiales orgánicos estamos ante una declaración de amor al cine de los 80, recordándonos en estética a Lost Boys y mostrándonos una ciudad que bien podría ser el Nueva York mostrado por Frank Henenlotter, una ciudad sucia, oscura y decadente muy alejada de Los Ángeles a los que estamos acostumbrados a ver en el resto de películas y es que es ahí por donde se mueve Joe Begos. La parte negativa, y es que casi siempre hay una parte negativa, es el sonido de la película debido al bajo presupuesto de la misma pero incluso con esto estamos ante una gran película que no defraudará a los amantes del cine de serie B de los 80 ni a aquellos que busquen emociones fuertes y grandes dosis de sangre.

 

En realidad no nos cuenta la historia de Dezzy, nos está contando su propia historia cuando no conseguía vender ningún guion y estando al borde de la quiebra económica recurrió a la bebida y al alcohol para refugiarse en algo. Es más, y esto ya es valoración personal, lo que nos cuenta es la historia de tantos otros artistas que se ven obligados a vivir con lo mínimo sometidos a una presión brutal por el miedo a perderlo todo en una sociedad donde cumplir plazos es la ley de cada día, y más aún cuando en muchas de las ocasiones el cliente puede no pagar si el resultado no es lo que buscaba, logrando que más de uno se refugie en el alcohol y las drogas buscando una vía de escape o una inspiración extra.

Por tener tanto del propio Begos, por su dedicación al dirigir esta historia y por la magnífica Dezzy que consigue que la mayoría de las personas de su generación, en la que me incluyo, nos veamos reflejados en muchas ocasiones decía al principio que puede convertirse en una obra de culto y solo el tiempo dirá si estaba en lo cierto.

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