El Parque del Pasatiempo

El Parque do Pasatempo se encuentra situado en la ladera de una montaña de la villa coruñesa de Betanzos. Repartido en cinco niveles conectados por grutas artificiales, cuenta con elementos tan dispares como pasadizos subterráneos, esculturas de dinosaurios, una boca al Infierno o cuarenta y un relojes marcando las horas del mundo. Cada metro cuadrado del parque, desde el estanque de la zona más baja hasta el jardín del nivel más alto, está repleto de secretos y detalles a cada cual más misterioso.

Empezó a construirse en 1893 y fue una obra tan importante en su época que se dice, aunque no está confirmado, que llegó a salir en las guías de viaje europeas. A día de hoy, tras sufrir largos años de abandono, rezuma una decadencia tan encantadora como dolorosa. Recorrer la pasarela que actualmente conduce a su interior es adentrarse en una cápsula del tiempo que nos lleva a los comienzos de un siglo XX peculiar y personal, visto con los ojos de un indiano.

El padre de tan ecléctica obra, Juan García Naveira, partió junto a su hermano Jesús a buscar fortuna a Argentina en los años 70 del siglo XIX. Allí, acudió a la escuela nocturna mientras dedicó sus días a trabajar en las empresas que le permitieron viajar por el mundo y observar todas las maravillas que más tarde plasmaría en su jardín temático. A su vuelta del continente americano, con los arcones cargados de fortuna, los hermanos decidieron dar a la tierra que los vio nacer todo el cariño que sentían por sus gentes, mejorando sus vidas. Construyeron escuelas públicas, la Casa Sindical, el lavadero municipal, un hospital para niñas discapacitadas y una residencia para la tercera edad.

No contento con esto, Juan quiso compartir también con sus paisanos los aprendizajes adquiridos en sus viajes. Como si de la dialéctica de Platón se tratase, en una búsqueda de la sabiduría cuyo alcance permite al alma contemplar el Mundo de las Ideas, construyó el parque para la transformación del visitante en sabio, en un ascenso físico e intelectual.

 

Esta idea, recogida por la masonería a la que tantos intelectuales contemporáneos de los hermanos Naveira se adhirieron, está explícitamente representada en el parque.

Desde el Estanque del Retiro en el nivel inferior, hasta el jardín superior en el que terminamos nuestro aprendizaje y desde el cual debemos seguir nuestro propio camino, pasando por los niveles intermedios en los que nos enseña tanto las Pirámides de Egipto, como obras de arte clásico o cómo generar un capital, los símbolos masones plagan el parque. Es a mitad de recorrido, cuando nos encontramos un león de piedra de dimensiones colosales al lado de unas rocas sin pulir, donde Juan nos anima a comenzar nuestra propia obra después de lo aprendido y llegar a la cima con nuestra piedra pulida.

 

Pero no es necesario ser un experto en masonería y entender todos los detalles para disfrutar del parque, ya que su magia se desprende de cada rincón. La sensación que provoca al introducirse en él, es la de estar traspasando el espacio tiempo para a continuación sentir una frenética necesidad de descubrirlo todo, a la vez que se experimenta cierta perplejidad por el contraste de ideas que no parecen tener conexión entre sí: buzos decimonónicos, réplicas de esculturas griegas, una mezquita o un enorme mural que representa a las dieciocho hijas republicanas de España. Política, filosofía, religión, historia o arte se entremezclan con las experiencias y viajes personales de Juan García Naveira y nos llevan a entenderlo, más que como un parque enciclopédico, como un álbum de recuerdos o como un íntimo diario.

En efecto, la personalidad de Juan no solo lo impregna todo con sus creencias y doctrinas, sino que él y su familia aparecen representados en numerosos bustos e instantáneas de sus viajes grabadas en relieves de piedra. Así, el parque se confunde entre una obra filantrópica y el capricho de un personaje excéntrico que cuenta con el dinero suficiente como para hacer reales sus fantasías.

Sea como fuere, Juan G. Naveira trabajó en él y lo fue completando con nuevas piezas y construcciones hasta el día de su muerte en 1933. En su época de esplendor se rumorea que contaba con un zoo, se vendían postales en la entrada y su extensión era de 90.000 metros cuadrados.

 

El parque ha cumplido cien años de historia y a pesar de su gran valor y el cariño que se le tiene por parte de sus vecinos, ha desaparecido en gran parte, ha sufrido saqueos, derrumbes, escalofriantes decisiones urbanísticas y una absoluta indiferencia y abandono, pero no es tarde para que esto cambie. Hace pocos meses fue reconocido Bien de Interés Cultural y se encuentra cerrado al público para su preservación y futuro mantenimiento.

El Pasatiempo es lugar de culto para gente curiosa, enciclopedia viviente o cuaderno de bitácora de un indiano inquieto de cuya alma platónica no sabemos si ha volado al Mundo de las Ideas, pero seguro, ha elevado a las de sus vecinos a semejante contemplación.

 

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