Pequeños escenarios de muertes inexplicables

Si tuviésemos que resumir en una expresión popular la vida de Frances Glessner Lee, la más apropiada podría ser la de que no se le pueden poner diques al mar. Glessner descubrió a los nueve años los libros de Sherlock Holmes y desde entonces, supo que su vida estaría destinada a la investigación criminal. Teniendo en cuenta que su lugar de origen era Estados Unidos, la tierra por excelencia de los asesinos en serie, quizás esta idea no suene muy descabellada, en fin, hay mercado. Pero, habiendo nacido mujer y en 1878, el sueño se vuelve más complicado. Glessner pertenecía a una familia pudiente de la alta burguesía, con un padre autoritario que deseaba que su hija desempeñase el papel que le correspondía como mujer decimonónica Norteamericana. Por esta razón, y en contra de la voluntad de nuestra protagonista, no le permitió estudiar ni desempeñar ningún trabajo, y procuró que se convirtiese en una mujer casada lo antes posible. La boda llegó, los hijos también, pero como no se le pueden poner diques al mar, el divorcio también llegó, lo que supuso un escándalo que terminó con la custodia de los hijos en manos del padre.

Frances Glessner Lee fue una mujer inteligente, curiosa, minuciosa, pero sobre todo, paciente. Esta última cualidad fue la que le llevó a poder dedicarse a lo que deseaba a los cincuenta años de edad. Tras la muerte de su hermano, su madre y finalmente la de su padre, se convirtió en la heredera de la fortuna familiar. Consiguió crear, ahora ya sí derribados los diques, con la ayuda de su amigo Georges B. Magrath, una cátedra de Medicina Legal en Harvard, en 1931. Esta cátedra se convertiría en el primer programa de medicina forense de Estados Unidos y serviría para formar a los investigadores desde la perspectiva médico legal.

Fue así como Glessner creó los dioramas que hoy ocupan nuestra atención, como una herramienta para el estudio e investigación para los estudiantes. En ellos, se representan escenas de crímenes que ocurrieron realmente, aunque en ocasiones los combina para crear más incógnitas. Son como macabras casas de muñecas en las que descubrir el origen de la violencia sufrida por sus ocupantes. Glessner elaboraba cada elemento a mano, minuciosamente, cosiendo las ropas de las víctimas, colocando cada objeto en su lugar y desparramando la sangre necesaria para ofrecer las pistas adecuadas. Descifrar el misterio que cada diorama presenta, desarrollaba en los investigadores la capacidad de observación y de evaluar las evidencias indirectas. Como dice el criminólogo Vicente Garrido, el asesino siempre deja una huella, ya sea física o psicológica, por lo que, otra vez, no se le pueden poner diques al mar, y la verdad siempre sale a flote. La disposición de los elementos, la dirección de la sangre, el estado de las cosas o cualquier pequeño detalle puede ser la pieza final para resolver el puzzle y capturar al malhechor.

Los dioramas, llamados en inglés Nutshell Studies of Unexplained Deaths, no solo revolucionaron la ciencia forense y son una joya por sí mismos, sino que se siguen utilizando como práctica para los investigadores. La figura de Frances Glessner Lee, aquella jovencita cuya vida estaba destinada a ser vivida en el interior de su casa, rompió todos los diques para expandirse como el mar por el mundo forense que tanto deseaba, y terminó por convertirse, con paciencia, en la mujer que lo cambió todo.

Fotografías: Wikipedia
Referencias: María G. Valero, La muerte en miniatura. La vida de Frances Glessner Lee, Ediciones Casiopea, 2019

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